En el más dichoso día de su vida, el nuevo Presidente de México
tendrá mañana dos momentos para hablar a la nación: en el recinto San
Lázaro ante el Congreso General y un titipuchal de invitados, y desde el
balcón central de Palacio Nacional para miles de ilusionados hijos de
vecino que atiborrarán la Plaza de la Constitución.
Dará en ambas
palestras el banderazo a su empeño por llevar al país a su "cuarta
transformación" con la arenga "juntos haremos historia", para que su
gestión trascienda tanto como la Independencia, la Reforma y la
Revolución.
Un mismo mensaje para públicos distintos, con énfasis
en la penalización de la corrupción y la aplicación de raras estrategias
para la pacificación, atendiendo mucho más las causas generadoras de
violencia, promoviendo la reconciliación y el perdón, que aplicando
políticas punitivas, revanchistas o vengadoras.
"Punto final" al
pasado y los mejores afanes en construir un futuro distinto al que,
según él, determinó "el neoliberalismo" desde la década de los 80.
De
manera explícita o implícita, dejará claro que a partir de éste, su
Sábado de Gloria, no solo cambiaremos de Presidente sino de régimen.
Convencido
de que "el pueblo es bueno" y "nunca se equivoca" pero, no obstante, es
consciente de que "la gente" ha perdido valores y requiere de una Constitución Moral que motive a erradicar conductas negativas, de modo que la "cuarta transformación" incluya, digamos, un ajuste cultural.
La
piedra angular de su encomiable proyecto hace necesario que López
Obrador contenga sus naturales ansias de confrontación y deje de aludir a
quienes piensan diferente como "corruptos" o "reaccionarios". Por más
que hable distinto a sus audiencias para decir lo mismo, lo mejor es que
deje en el Siglo XIX la ya muy polvorienta frase de "liberales contra
conservadores".
Paz, armonía, república del amor se
contraponen al lenguaje rijoso en que suele caer y que sus
incondicionales catapultan hasta dimensiones abominables como acaba de
ocurrir con su querible pero censurable prospecto de director del Fondo
de Cultura Económica, creado en 1934 por Daniel Cosío Villegas.
Ojalá
que estos días de reclusión en su casa de Tabasco le hayan permitido
escribir lo que dirá, cuidando cada palabra, frase, oración y párrafo
para que ni una sílaba le haga parecer un pendenciero. Crucemos los
dedos para que no le distraigan de la elaboración de sus discursos el
poema que le compuso Silvio Rodríguez o las charlas con su paisano
remoto y presidente de la comunidad de Cantabria (en cuyo municipio de
Ampuero nació el abuelo materno de López Obrador).
En abono de la
confianza nacional y del mundo, las descarapeladas económicas provocadas
por él y los suyos en los meses previos a su asunción al Poder de los
Poderes no admiten ya improvisaciones, y menos de las que confrontan y
dividen a los mexicanos.
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