Continuidad.

Bitácora del director
Pascal Beltrán del Río
En los tiempos del autoritarismo (hay quienes afirman que todavía estamos en ellos, pero seguramente porque no los vivieron) la costumbre era que el nuevo depositario del poder se deslindara o incluso se deshiciera del viejo responsable del poder.

Podía hacerlo desde que se convertía en candidato o, después, ya transformado en Presidente.

Pero debía hacerlo. No era optativo. 

Incluso cuando titubeaba, el nuevo depositario del poder era empujado por la nomenklatura para poner distancia respecto de su antecesor. Eso le pasó, por ejemplo, a Adolfo López Mateos, a quien le reclamaron la ausencia de deslinde del respecto del expresidente Adolfo Ruiz Cortines mediante el uso de la sorna, llamando “Los Pinitos” a la casa particular del veracruzano en la colonia San José Insurgentes.

La lógica de esta práctica era sencilla: el poder presidencial no se compartía con nadie. Ni por gratitud ni por partidarismo ni por amistad.

A la nomenklatura no le gustaba que el poder estuviese dividido, que hubiese dos presidentes.

Algunos mandatarios no necesitaban ser empujados para cumplir con el ritual: Lázaro Cárdenas mandó al exilio a Plutarco Elías Calles, igual que hizo ErnestoZedillo con Carlos Salinas de Gortari.

Esos fueron, sin duda, los dos episodios más bruscos de ruptura, pero hubo otros: el minuto de silencio que el candidato Luis Echeverría guardó en la Universidad Michoacana por los sucesos del 2 de octubre de 1968; la remoción de gobernadores alemanistas que hizo el presidente Adolfo Ruiz Cortines, y el nombramiento del propio Echeverría como embajador en Australia por parte de su sucesor.

Como parte de esa historia se recuerda también el discurso que el candidato LuisDonaldo Colosio pronunció al pie del Monumento a la Revolución, en el que criticó la situación social del país –“veo un México con hambre y sed de justicia”–, el 6 de marzo de 1994, 17 días antes de morir asesinado en Tijuana.

Ayer, en entrevista para Imagen Radio, pregunté al virtual candidato del PRI, JoséAntonio Meade, si él creía necesario hacer un deslinde respecto del presidente Enrique Peña Nieto.

Esto fue lo que me respondió: “Mira, yo creo que estamos en otro momento, en otra circunstancia, y este empeño que se tiene de querer reconstruir el país cada seis años, de querer reinventarlo, la verdad es que nos ha costado mucho.

“Lo que debiéramos hacer siempre es un análisis de qué está funcionando bien, dónde las instituciones están dando respuesta y fortalecerlas, y dónde hay hechos y realidades que no estamos alcanzando a superar con las instituciones que tenemos para mejorarlas y enriquecerlas.

“Yo creo que ese ritual de la distancia tenía sentido en un partido único, cuando no había verdadera democracia ni contienda. Pero en estos momentos centrar la atención en un tema que sólo ha implicado retroceso es una mala idea”.

Con esas palabras, Meade parece estar apostando por la continuidad, algo que ningún candidato presidencial se había animado a hacer.

No faltará quienes lo critiquen por ello, pero hay que admitir que el enfoque es nuevo.

Incluso después del fin del autoritarismo, y hasta entre militantes del mismo partido, ha continuado esta práctica del deslinde, aunque sin llegar a los extremos que se dieron durante la etapa autoritaria.

Durante el sexenio del presidente Vicente Fox, el deslinde quiso hacerse mediante el procesamiento penal de personajes del antiguo régimen. Pero entonces surgieron diferencias en el gabinete foxista sobre si salir a atrapar “peces gordos” o dejarlos en paz en aras de la estabilidad política del país. Al final, prevaleció ésta última posición.

El presidente Felipe Calderón tuvo claros momentos de deslinde respecto de lo hecho por su correligionario Vicente Fox. Y la candidata panista JosefinaVázquez Mota tomó distancia de Calderón, adoptando el lema de campaña “diferente”.

La pasada campaña electoral, las tradicionales opciones de cambio y continuidad se convirtieron en una sola: cambio. Y la candidata que probablemente tenía interés en defender lo hecho por Calderón terminó en tercer lugar en las urnas.

No sabemos si José Antonio Meade –alguna vez compañero de Vázquez Mota en la administración pública central con Calderón– haya abrevado en esa experiencia, aunque sí sabemos que el entonces secretario de Hacienda no votó por ella en 2012.

Lo que parece, a estas alturas de la contienda que culminará en 2018, es que Meade no ve ventaja alguna en distanciarse del presidente Peña Nieto.

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